A la luz de la farola se ve una figura. Está muy
quieta, rígida. En el puño cerrado sostiene una trenza de pelo largo. En la
otra, un cuchillo. Mira fijamente una puerta, con los ojos entrecerrados, como
los del cazador cuando vigila su presa. Sus labios dibujan una sonrisa más
desquiciada que alegre. En la puerta custodiada, reza un papel: «Solo esta semana: la primera trenza rubia del día
al doble de su precio».
Mónica Prádanos