Tardes entre sol y sombra, encima
de una toalla, con la nocilla alrededor de los labios.
Tardes de juegos con pelota, de
tirar cartas y hacer volteretas sobre la hierba.
Tardes para mirar las flores y ver
cómo se alargan las sombras de los árboles.
Hoy la niña descubre un nuevo pino.
Es pequeño, un retoño, un niño-árbol.
Y todas las tardes, la niña lleva
su regadera de juguete, la llena de agua y riega al retoño. Se siente más unida
a los demás árboles del mundo. Todos son altos como gigantes y ella, tan
menuda, siempre los ha sentido lejanos. Pero este niño-árbol le muestra que
esos gigantes también han sido diminutos.
Años más tarde ese pino da una
larga sombra a quien va al parque a descansar del ruido y de la prisa.
Y esa niña, ya no tan niña, que
aprendió de él que hasta el más pequeño podía alcanzar las nubes, suele
sentarse a su lado, feliz porque ella también está acariciando su cielo.
Mónica Prádanos