A menudo pienso en esas mujeres que lucharon por sus
derechos. Mujeres que pensaban que tener ovarios y útero en lugar de testículos
y pene no era motivo para situarlas en un lugar inferior o para impedirles
acceder a cualquier conocimiento, oficio o puesto de poder.
Pienso también en esas mujeres que vivieron reprimidas,
ocupándose de sus maridos e hijos, quizá sin ninguna otra ambición, pues les
habían inculcado que ese y no otro era su papel en el mundo.
Me pregunto qué sería de mí si viviera en esa otra época
tan machista y represora. Yo, que no quiero hijos y que no me imagino a la
sombra de nadie. Yo, que no puedo frenar mi lengua cuando no estoy conforme con
algo. Yo, que tengo sueños y ambiciones y voy por libre, rechazando todo lo que
me impone unas condiciones que no me satisfacen.
Hombres y mujeres somos distintos físicamente y quizá
emocionalmente, pero somos iguales en derechos y deberes. Y aunque nuestra
sociedad ha avanzado mucho en este aspecto, aún tenemos que seguir trabajando
para que ese trato igualitario sea una constante.
Y esta tarea, que antaño recaía en las espaldas de las
mujeres (si bien hubo hombres que las apoyaron), hoy ha de ser una tarea que
todos llevemos a cabo, pues si todos remamos hacia el mismo lado, llegaremos al
destino con más facilidad.
Mónica Prádanos