Cae despacio.
Flota en el aire,
a su capricho,
y se posa ligera.
Apenas un susurro
leve y esponjoso.
Cada copo es una nube de
azúcar.
Al rozarme, siento su
caricia:
invernal, húmeda,
silenciosa.
¿Qué tendrá el caer de la
nieve
que tanta belleza me
embarga?
¿Cómo puede algo
tan sencillo,
tan natural,
hacerme sentir tal
plenitud?
Pasaría horas contemplándola.
Los codos sobre la mesa,
las mejillas entre las
manos
y una sonrisa en los
ojos.
Belleza efímera.
Al tocarla, solo queda
un rastro en forma de
agua.
Gotas testimonio
de los trineos deslizándose,
de los muñecos con
zanahoria y botones,
de bolas lanzadas, de
frío en las manos,
de labios que ríen.
Cae despacio,
muere deprisa,
y se queda para siempre.
Mónica Prádanos