El niño
salió de puntillas de su cuarto, se escondió en el hueco entre el sofá y el
mueble. Parpadeaba con fuerza para evitar dormirse, mientras las manos estaban
preparadas para apretar el botón de su vieja cámara de fotos.
Esa noche
lo lograría. Demostraría a todos la existencia de los Reyes Magos.
Cuando vio
el pantalón remendado de su padre y la extrema delgadez de las piernas de su
madre asomando bajo el camisón apartó la cámara, decepcionado.
Sus padres
se agacharon y empezaron a colocar los paquetes. Los Reyes Magos no tenían
ojeras, pensó el niño, ni llevaban ropa tan gastada y vieja.
—Verás la cara
que pone cuando lo vea —susurró la madre.
—Ya me la
estoy imaginando —respondió el padre.
Entonces,
el niño alzó la cámara y apretó el botón.
Aquellas
sonrisas solo podían pertenecer a los verdaderos Reyes Magos.
Mónica Prádanos